Con el permiso del autor, J.M. Isasi, transcribo su ultima opinión
que me parece muy acorde a lo que algunos, entre los que
me incluyo, pensamos:
Tengo un buen amigo culé que profesa al Athletic una sincera
simpatía y a quien le afecta que a mí el Barça me caiga
fatal. No puede entenderlo y cada vez que estamos juntos intenta
convencerme de que tanto las singularidades afines como el hecho
de que nos enfrentemos a un adversario común, el Real Madrid,
deberían bastar para que la hermandad presidiera las relaciones
entre ambos equipos y sus respectivas aficiones. Él es un hincha
acérrimo y educado, de los que honran a una institución,
un poco a la manera en que lo fue Vázquez Montalbán,
y su amor incondicional guarda relación no solo con el
juego maravilloso que ha desplegado el Barcelona en los
últimos tiempos, sino también con su valor simbólico en
relación al país al que representa; ya saben, aquello del
ejército desarmado de Catalunya. Por lo general, yo no
rebato ninguna de sus aseveraciones, e incluso comparto
varias de sus ideas, y en particular aquellas que proclaman
a Messi el mejor jugador del mundo o a Xavi y a Puyol dos
caballeros del fútbol, y tampoco me cuesta nada reconocer
el carisma de Guardiola o la dimensión planetaria de su club.
Asimismo, asumo las críticas merecidas y considero impropios
de San Mamés los pitos y los insultos a Iniesta, y no me explico
que no se haya pasado página sobre un episodio remoto y menor.
Pero nada de ello neutraliza mi antipatía. Una vez le expliqué
que me sucedía lo mismo con el foie de pato, del que
apreciaba tanto su exquisito sabor como abominaba su modo
de producción. De hecho el propio Montalbán había
afirmado en cierta ocasión que el Barça era el hígado de
Catalunya, lo cual me parece bastante preciso si nos
atenemos no solo al excelso gusto con que tratan al balón,
sino también a la vil manera en que el equipo se hipertrofia
a base de doping económico. Nada de lo que podría hermanar
al Athletic con el Barcelona se acerca a lo que nos aleja y
nos enfrenta, porque el Barcelona, al igual que el Real Madrid,
mal que les pese a los culés, representa como nadie el fútbol
moderno y su incesante mercadeo de cromos.
Plantillas sobrealimentadas de forma obscena con fichajes
galácticos de precios desorbitados que pagan gracias a
su participación estelar en el gran circo del fútbol.
Una más que rentable participación pero que a cambio
les impone dos requisitos tramposos: títulos y espectáculo.
De ese chapapote está pavimentado el camino que recorre el Barça,
títulos y espectáculo, un sendero opuesto al que eligió el Athletic.
A mi amigo catalán le encantaría que considerara al Barcelona
algo así como a un hermano mayor, la sublimación de un
modelo común basado en la cantera. Y yo siempre le
contesto lo mismo. «Detesto tu falsa condescendencia.
Lo que no puedes entender es que si yo fuera culé
preferiría que jugara Isaac Cuenca antes que Neymar,
y Montoya antes que Alves. Me sentiría más orgulloso
de mi equipo, aunque ganara menos. Y por lo tanto sería un
mal culé, porque ni Cuenca ni Montoya cotizan al alza en
el barcelonismo. Somos esencialmente opuestos.
Acéptalo de una vez. La propia noción de espectáculo que
preconizáis me resulta nefasta para el fútbol y para lo que de
deporte queda en él. Aborrezco que cuando nos ganáis,
nos deis una palmadita en la espalda como si fuéramos caballito blanco,
pero si os damos guerra o si vencemos en buena lid,
entonces nos recriminéis nuestras armas y las tachéis de violentas,
o echéis la culpa a los árbitros, cualquier cosa antes de reconocer
que aquellas pocas facetas del juego en las que podemos ser
superiores y que ocasionalmente nos llevaron (y nos llevarán)
a la victoria, también forman parte del fútbol, y por lo tanto,
al menos para nosotros, parte del espectáculo.
Creo que tras el triunfo en la Supercopa, las cartas han
quedado expuestas sobre la mesa, sin ambages ni edulcorantes.
El Athletic no acepta el papel de hermano menor ni cualquiera
otra función que nos emparente como equipos de cantera o
como reservas espirituales de nuestros respectivos pueblos.
Con mayor o menor éxito, con tácticas y estrategias más
o menos defensivas, siempre nos enfrentaremos al Barça
con la cabeza alta, noblemente pero a destajo, y con la victoria
como principal objetivo. Y ahora que se han dado cuenta
del orgullo romántico que nos define, parece que su simpatía por
nosotros ha quedado aparcada. Lo cual es una buena señal o,
al menos, una señal de los tiempos, de nuestros buenos tiempos.
Que nos hayan goleado en tantos partidos no implica que no
podamos mirarnos a los ojos como se retan dos púgiles antes
del combate. De igual a igual y no como David miró a Goliat.
Nadie nos ha regalado nada pero tampoco nadie nos ha obligado
a ser como somos. Este es nuestro camino y
estos son nuestros leones. Ni tenemos miedo ni nos rendimos nunca.
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